Aunque parezca extraño Fanny Then es una mujer feliz, a pesar de todas sus adversidades, su sonrisa en medio de esta pobreza extrema es un rayo de esperanza y optimismo que nos invita ver la vida de otro color.
“Aquí soy feliz porque es el lugar que Dios escogió para mí”, con esta frase me recibe en su pequeña y humilde casa, ubicada en el llamado “Hoyo de Liz” de la cañada de de Guajimía, donde la contaminación y las aguas negras son un problema de sanidad para las miles de familias que la habitan.
Fanny, de casa pobre, pero con un corazón millonario, insiste que me acomode en una silla plástica, mientras explica por qué decidió residir en ese lugar. “Vine desde Santiago a San Cristóbal donde conocí al hombre que más he amado, nos casamos en el año 1995 y me compró esta casa, murió hace ocho años, gracias a Dios esto fue lo que él me dejo honradamente”.
Dice que antes vivía en un campo de Santiago Rodríguez que se llama La Leonor donde tuvo una infancia feliz, junto a sus padres, a los que define como muy responsables.
Aunque vive sola, por el peligro al que está expuesta, en la noche se va para donde una de sus tres hijas que vive a unos pasos. Ella es de las que se levanta temprano para ganarse el pan de cada día. “Mira mi maquinita, ahí es que yo me la busco, yo tengo 70 años y el trabajo no me pesa, en esa máquina arreglo pantalón, camisa y hasta le hago los vestidos a mis vecinas”.
¿y usted no tiene miedo de vivir con los peligros de la cañada?, me responde “¡Ay, mi hija!, mira con la lluvia fuerte del año pasado del 4 de noviembre se me derrumbó esa loma de tierra que está detrás, el ranchito se me echó para dentro; por suerte que mi nieta vino a buscarme y pudo rescatarme, por eso es que mis hijos tienen miedo de que yo esté aquí, por ese derrumbe”
Insiste que la lluvia por aquí hace mucho daño y con el último aguacero hasta arrastró jeepetas y carros. “Esa cañada esta demasiado peligrosa, cuando se desborda sale a buscar su caudal, eso es lo que yo sé que los ríos vuelven a su lugar de origen”.
Ese 18 de noviembre es una fecha que Fanny no olvidará. “La lluvia me inundó la casa y todavía tengo lodo debajo del mueble.”
Otro peligro que tiene que enfrentarse es a los frondosos árboles a punto de desplomarse sobre su casita. “Esas matas son una amenaza porque pueden caer encima de la casa en cualquier momento”.
Vivir entre el peligro y la contaminación
Mientras más subo los angostos y contaminados callejones de la cañada de Guajimía siento que el peligro es más latente. Hedor, pestilencia, deslizamientos de tierra, aguas negras, mosquitos y otros insectos, así como zonas inundables y de alto riesgo, es el panorama al que se enfrentan sus habitantes que, según ellos, viven en esas condiciones porque no tienen otro lugar a donde ir.
A unas cuadras de la casa de Fanny y mucho más adentro de la cañada vive Mary Encarnación desde el 2013 cuando decidió comprar esa propiedad para no pagar alquiler. “Yo decía: quiero tener una casita aunque sea debajo del puente, pero me tocó al lado de una cañada, aunque no pago alquiler estoy pasando mucha calamidad”. Con aflicción y angustia dice que por la contaminación y la pestilencia que emana de la cañada padece de problemas respiratorios. “Cuando llueve y sube ese mal olor siento que me falta el aire y uno tiene que salir corriendo de aquí”.
Con esa manera tan peculiar de expresarse sostiene que no tiene ayuda porque vive sola y lo único que tiene para sobrevivir es “una ataja chele”, es decir, una imitación de un pequeño colmado.
Mientras tanto ella al igual que sus vecinos se conforman con que el lugar pueda ser intervenido por las autoridades para poder vivir en un ambiente más sano con áreas verdes y hasta con un parque que le sirva para recrearse.
Otro testimonio que conmueve es el de Marina Lantigua, con 70 años de edad, y tiene 30 años viviendo en condiciones realmente deplorables, confiesa a gritos de desesperación que su esposo se enfermó hasta morir por la contaminación de la cañada hace diez años. Es oriunda de Salcedo y vive en la Cañada de Guajimía porque su hermana le regaló esa casita donde crío a sus tres hijos. “Esto hay que declararlo en una emergencia todas estas casas están a punto de colapsar y no aguantan otro aguacero.”
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