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Prólogos, prologuistas

José Silié Ruíz



He tenido el alto honor de que distinguidos amigos escritores, me han pedido que prologue sus libros, lo cual ha sido para mí muy gratificante. En definición sencilla, prologar un libro es en cierta medida asumir su contenido, acercarse sin reparos al mensaje que trasmite, en definitiva, hacerse cómplice de lo que cada una de las páginas de la obra encierra. Jorge Luis Borges ejercitó la condición de prologuista desde el 1925. El prólogo a “La calle en la tarde” de Norah Lange fue el primero que escribió. El señala en Prólogo de prólogos- “La omisión no debe afligirnos ya que todos sabemos de qué se trata”. El que así hablaba, Borges (1899-1986) también señaló que “prologar es un arte”. Borges es tal vez el más elocuente escritor en cultivar el arte de prologar, la enorme cantidad de prólogos que escribió Borges, lo hizo un proverbial artífice de esta expresión literaria. Los escritos por él son una suerte de testamento estético de tipo festivo, ceremonial y entusiasta.

Se acepta que el prólogo como tal es una ventana, una puerta de acceso para que el lector se adentre en el bosque de los símbolos y las palabras que su autor postula. Otro escritor considerado un gran prologuista fue Jean-Paul Sartre. Considerado como “un meitre –prefacier”, maestro en ese campo de la literatura. Otro ejemplo notable de la honrosa tarea de prologar es la figura inolvidable del prominente médico español el Dr. Gregorio Marañón, quien en vida escribiera ¡doscientos veinte prólogos!. Estos prólogos se encuentran recogidos en la “Obras completas” (Espasa-Calpe, 1968), en la que señaló: “Para mí es indudable que un libro que no tiene más que su propio texto es tan incompleto como el fragmento arbitrario de un rompecabezas. He aquí por qué he accedido hasta este momento, con tanta facilidad, a hacer prólogos a toda clase de libros, tal que yo los conociera bien”.

Hago mías estas palabras y por eso con sumo agrado he escrito varios prólogos: al libro de medicina del Dr. Herbert Stern, al Manual de criminología del Dr. Héctor Dotel, el prólogo al libro sobre filosofía de la Dra. Marcia Castillo, al libro sobre cómo se realiza una investigación medica del Dr. Elbi Morla, al libro de consejos para vivir mejor de la autoría del Dr. Luis Ortiz Hadad, al Manual de Alzheimer de varios autores, al libro “La economía mundial en una encrucijada” de los autores economistas Jacqueline Boin y José Serulle Ramia y el último, que fue comentado el pasado sábado en esta columna, para el libro de psicología de la autoría de la Lic. Beatriz Lafontaine.

No pretendo yo ni remotamente tener la estatura intelectual del inmenso Borges, escritor argentino autor de “El Aleph”, o el acercarme al talento del filósofo francés Jean-Paul Sastre, el autor de “La náusea”, padre del existencialismo. Nunca pensar parecerme al Dr. Gregorio Marañón y Posadillo, médico, investigador y filósofo de categoría universal. Pero sí soy de la creencia que los buenos ejemplos siempre se deben imitar. Sigo insistiendo, que es una distinción, un alto honor el que un amigo te pida prologar su obra, es como bautizarle un hijo. Ya lo decía mi padre José Silié Gatón, en uno de los muchos prólogos que escribió, “el prólogo justifica la obra y expresa lo compuesto, orientando sabiamente al lector”. El atreverse uno a prologar y disfrutarlo, nos asemeja a estos cuatro prohombres, en el grato oficio de este arte escrito, el de ser escritores prologuistas.

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