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Poco a poco se van nuestros Íconos



POR RAFAEL SANTOS

Poco a poco se nos están "marchando" nuestros íconos. Nuestra sociedad se está quedando vacía de esos pros que con sus ejemplos nos servían de inspiración para continuar adelante. El tiempo ha sido implacable.

Al irse ellos, no nos estamos percatando de que nuestra sociedad se enferma, y al enfermarse, se abren heridas que gangrenan un futuro que por su naturaleza nos podría llevar a un incierto espacio de nuestra existencia, en donde si nos somos sabios, hasta podríamos sucumbir.

Por doquier escuchamos los tibios lamentos que entre contertulios comentan en barrios o residenciales de la ciudad, la muerte de uno de esos sanos y sabios ejemplos que en algún momento de su existencia, jugaron roles protagónicos a favor de determinadas causas de nuestra provincia Hermanas Mirabal y el país.

De pronto nos imaginamos, como si desde el mismo centro del Dios vivo (Jehová), hubiera un ensañamiento en contra de nuestra sociedad, pero luego, medito y callo al darme cuenta, que el Soberano tiene razón, y como el dueño absoluto de todo lo creado, él, y nadie más que él, tiene el derecho de quitar o de poner.

En un ayer no tan lejano, se nos marchó un símbolo de lucha a favor de las mejores causas de su pueblo, Darío Camilo, dejando tras de sí, todo un historial de empeño por el pueblo que lo vio nacer.

Luego, en Tenares, perdimos a tres buenos y ejemplares pro hombres en sus diferentes facetas, como lo fueron: Andrés Gabino Concepción (Tite) el historiador y humanista del Pueblo de Gente Buena.

No mucho tiempo después y bajo el manto de una noche sombría, cobijada por mariposas negras como símbolo de dolor y desaliento, nuestra provincia perdió a uno de los grandes titanes, como lo fue, mi amigo Rubén Beato, una muerte que por demás nos dejó un luto perpetuo en nuestros corazones.

Ahí mismo muere un tenarense como el que más, y el cual junto a otros gladiadores de nuestras letras, nos han puesto a brillar en variados círculos intelectuales, tanto en el país como en el extranjero; nos referimos, al autor de una de las mejores novelas que he leído, Confesiones a Claudia, del inmenso, Pedro Carreras.

Salcedo, no se ha quedado atrás dentro de esos tiránicos deseos del malvado ángel de la muerte, y entre sus alas se llevó, a uno de sus hijos más prominentes y al que la historia tendrá que reconocer para la perpetuidad su amor al desarrollo, como lo fue mi gran amigo, consejero y hermano, Charles Canaán, una muerte que en términos personales, todavía no terminó de superar.

Luego, toda la ciudad se vistió de luto, al enterarse vía nuestro amigo Leonardo Cruceta, de la partida de este mundo, del hombre cultura, del hombre amigo, del hombre padre, del consejero, del incansable luchador por su pueblo, de ese gran sabio, cuyos recuerdos se agigantarán con el paso de los años, de quien fuera mi maestro primario en las lides comunicacionales, Juan Eligio Abreu, cuya muerte me duele no solo en el alma, sino, en cada pedazo de mi carne y mi espíritu, por lo que significó, significa y significará no solo para mí, que con dolor escribo estas líneas, sino, para todos aquellos que lo supimos tratar y recibir de sus enseñanzas.

No hace tanto, y luego de una dura batalla por su vida, Salcedo perdió a un gran ser humano, orador por excelencia y sobre todo, compromisario desde su temprana juventud con todo aquello que significó el buen porvenir de la tierra que lo vio nacer, nos referimos al amigo Cesar Antonio Lantigua, mejor conocido como Tony Jao.

Luego, fallece otro gran hombre ligado en todas sus facetas al desarrollo de su pueblo, el doctor Eduardo Henríquez, y durante la noche de este viernes 2 de diciembre, el ángel aquel, y con el permiso supremo, se lleva entre sus aladas decisiones, a otro gigante del desarrollo de Salcedo, quien fuera uno de los símbolos silentes de nuestro pueblo, pues, fundador de aquel grupo –movimiento Juventud, Amor y Oración (Jao), y sastre desde que tuviera uso de razón, nos referimos a Francisco Ortega (El Men).

Finalmente, sentado aquí, en uno de los bancos del parque de Salcedo, frente a la biblioteca, mientras veo pasar los carros, peatones, mientras el niño juega con su madre junto en el banco más cercano al tiempo que ella de reojo me mira mientras pulso mis dedos en el teclado de mi Samsung; yo, nostálgico tal vez al reflexionar lo que hemos perdido, medito sobre aquello que ya no están, sobre sus legados, pero más que todo, escribo con temor al preguntarme: dejaron sustitutos aquellos que se han marchado para por lo menos tal vez, un día parecernos a lo que esos grandes gigantes de nuestros tiempos soñaron?

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