POR GUIDO GOMEZ MAZARA

La política, asumida desde la óptica del dinero, allana todos los caminos para imponer sus criterios. Y, en ese sentido, inducir a los ciudadanos representa la herramienta por excelencia interesada en imponer criterios, desdeñando los sentimientos y las preferencias de los dominicanos, lo que llevamos insertado en el corazón. De ahí, la fuerza del marketing: cuando el mercado se presume comprable por inversionistas que apuestan a valores inspirados en la rentabilidad de sus triunfos.
El método preferido para manipular el sentimiento de los ciudadanos lo representa el uso vil de las encuestas. Éstas casi siempre reflejan las órdenes del que paga porque adicionan a su estrategia los recursos destinados a repetir relatos políticamente orientados. Y así, sin regulación estricta de las autoridades, la prostitución del criterio encuestador está destinado hacia la ambientación de un relato repetido inmisericordemente por voceros que cobran lo que dicen.
Allí la objetividad no importa, prevalece el marcado interés de que la distorsión conquiste y tome por asalto el estado emocional de los electores.
Recostados en cumplir sus objetivos truculentos, los arquitectos de las encuestas pretenden darle ribetes de credibilidad a sus locuras. De ahí el clásico maquillaje de un extranjero, fungiendo de vocero de su creatividad estadística o financiando vía tuberías económicas el anhelo del funcionario-aspirante con intenciones presidenciales. Es impúdica su subestimación de la inteligencia ciudadana. Por fortuna, sus averages erráticos los tipifican de filibusteros de nuevo cuño, todavía siempre diestros para encontrar el tonto útil que le llena los bolsillos de papeletas.
La escena ya huele a pergamino rancio. Confiaba en que la nueva generación de políticos estaba comprometida con transformar, tanto en la forma como en el fondo, los hábitos del quehacer público. Honestamente, ahora tengo mis dudas.
En múltiples casos, los percibo de servidores del pasado en copa nueva. No se puede renovar la política si se sigue reciclando la misma hipocresía con distinto empaque.
Si la nueva generación quiere marcar la diferencia, primero debe atreverse a romper con las trampas del viejo guión. Lo tragicómico de la obra es que se creen la mentira, dándole carácter de certeza a los olímpicos ejercicios de manipulación. ¡Que vergüenza!
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