
Es dado al narrador que construye relatos “tergiversar” la historia; cosa que no gusta del todo al historiador cuyo propósito es armar una verdad histórica a partir de un relato que pretende ser verdadero. La noción de verdad no ocupa al narrador, sino la construcción de un relato en el que la verdad y la ficción puedan dar una cierta verosimilitud a la obra.
Para alcanzar esto, el narrador usa los mismos materiales del historiador: cartas, testimonios, documentos… es decir, huellas del pasado que ayuden a poner presente los hechos en una trama. Los hechos tienen para cada uno distintos valores. Mientras el historiador se aferra a una metodología creada en una larga tradición, el novelista inventa la tradición del novelar y, en cierto sentido, la desborda.
“Las estatuas derribadas” (2014) de Diógenes Valdez, tal vez su mejor novela, es un texto que se destaca por su lenguaje, por su manera de llegar a los lectores, y también por el plan que busca desarrollar la historia. Valdez no realiza una novela sobre Julia de Burgos como único personaje. Por el contrario, comienza con el personaje que es el “malvado” en la historia de la poeta: el político dominicano Juan Isidro Jimenes-Grullón.
Su encarcelamiento en Nigua, cárcel y luego manicomio en el que conoce a muchos de sus internos como el escritor González Herrera y el barítono Eduardo Brito. De inicio conecta el autor su historia con la vida de un luchador por la libertad, como fuera el joven médico dominicano, miembro de una familia de presidentes arruinada por la política; pero también un miembro de la élite comercial que inició Juan Isidro Jimenes Pereyra.
En el discurso sobre Julia de Burgos, Juan Isidro Jimenes-Grullón pasó a ser “el malvado” de la película. Desde el libro de Jiménez de Báez se construye su figura como “el Señor X”, responsable de la trágica vida de Julia de Burgos. Construcción que tiene muchas aristas. Por un lado, era necesario proteger la figura del político; y por otro, las ideologías que buscaban construir un mito deben fortalecer un enemigo que no fuera la represión contra los nacionalistas; la represión política contra una partisana, como fue Julia.
De ahí que la figura de Julia de Burgos se mitifica, mientras la de Juan Isidro Jimenes-Grullón se hunde. Entrevistas, testimonio, cartas y conjeturas, dan base a un propósito entre política y la política del sentido; entre la conveniencia y las ideologías que ejecutan los poderes sociales. En variados momentos, esas ideologías han jugado un papel extraordinario. A comienzos de la década del sesenta o principios de los ochenta. Y ahora con la publicación de varios libros sobre Julia de Burgos que retomaremos en otra ocasión.
La primera parte de la obra de Valdez está destinada a narrar los horrores de la cárcel de Nigua. La primera ergástula del coronel Trujillo y enmarca su relato en el subgénero de la novela del dictador. Un espacio de la vida política dominicana solo visitado por González Herrera en “Trementina, clerén y bongó» (1943) y luego por Antonio Zaglul (“Mis 500 locos: memorias del director de un manicomio,1977”), jefe de psiquiatría del Manicomio en que se convirtió la cárcel de Nigua. Esos referentes le dan a la obra de Valdez un talante de novela que es, además, una crónica de la política contemporánea dominicana.
La segunda parte del texto recorre las historias de Julia y Juan Isidro Jimenes-Grullón en Puerto Rico donde se conocen, en Nueva York, La Habana y finalmente en el trágico desenlace de la vida de la poeta en la Gran Manzana. La obra tiene ritmo y un buen final; apegada a los datos que tenemos de la vida de Julia: muchos de ellos provenientes de sus cartas, su diario y algunos testimonios, que hacen de la obra la crónica de una vida que se cruza con la historia política de Puerto Rico.
Digamos que este aspecto es más elocuente en la obra de Mayra Santos Febres, “La otra Julia” (2024), en la que Santos Febres realiza una crónica histórica, donde mezcla su mirada sociológica sobre Puerto Rico, a la vez que construye una historia paralela para encontrar en “La autora”, otro personaje. Esa “autora” que aparece referida en el texto simula corresponder a la que firma la novela. De tal suerte que debe leerse la obra como un relato paralelo que muestra, además de las vicisitudes de la vida de Julia, el problema de ser mujer, negra y escritora.
Y es aquí donde la obra tergiversa la realidad para crear otra historia. La de una escritora negra, divorciada, que relata su vida de escritora en un momento histórico que juega a parangonar su vida con la de Julia, para ser otra Julia. En la medida en que Julia la negra, la mujer, que en una situación colonial fue limitada por la sociedad, no ha muerto porque otras escritoras también viven en la pobreza y la marginación social producto de una sociedad post-esclavista. La “invisibilidad” de ayer y las limitaciones de hoy, recorren el escrito.
El relato parece por momento desligarse de “la victimización”, pero juega con las ideologías epocales. De tal suerte que es la historia reconfigurada y figurada de un ser del pasado que viene a dialogar con el presente de los lectores. Y busca la continuidad de unos datos que refuerzan las ideologías sobre el escribir y sobre el desarrollo femenino en el Puerto Rico contemporáneo.
La obra de Mayra Santos Febres tiene sus mejores momentos cuando entra en los aspectos no explorados por el discurso biográfico, enmarcados en las etapas históricas y en acontecimientos como el voto de las mujeres, el ataque a los nacionalistas en Río Piedras, la represión y el encarcelamiento… Todos estos referentes a la historia de Puerto Rico entre 1935 y 1950 le dan una importancia inusitada a la novela que la comunica con la narrativa del nacionalismo (R. Marqués en los cuentos de “En una ciudad llamada San Juan (1974)”; Tomas López Ramírez, “Juego de las revelaciones”, 2003), entre otros.
La vida de La Autora busca otros espacios y contrapuntea la historia regresando a otro ritmo. Otro Puerto Rico, el de la decadencia del Proyecto Desarrollista; la vida de los autores comprometido y el humo de un progresismo crítico que olvida el “play ground” que le ha dado la burguesía financiera para hacerse intelectuales en un mundo conservador, donde el negrismo, el feminismo… y otras ideologías emergentes, parecen tratar de reconfigurar lo político.
En conclusión, el discurso biográfico y la ficción han construido diversas imágenes de Julia de Burgos, entre la heroína nacionalista y la poeta trágica marginada. Las novelas «Las estatuas derribadas» de Diógenes Valdez y «La otra Julia» de Mayra Santos Febres demuestran cómo la historia y la literatura se entrelazan para reinterpretar su vida. Valdez enfatiza el contexto político del exilio dominicano y reconfigura la figura de Juan Isidro Jimenes-Grullón, mientras que Santos Febres propone una Julia de Burgos vinculada a los discursos de raza, género e invisibilidad literaria. Estas construcciones novelísticas, al llenar los vacíos biográficos con invención, generan una narrativa que oscila entre la verdad histórica y la fabulación, mostrando una poeta cuya identidad ha sido moldeada por las ideologías de su tiempo y las lecturas posteriores. La mitificación de Julia de Burgos responde tanto a su papel en la literatura puertorriqueña como a su lucha política y social.
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