Pedro Pablo Yermenos Forastieri
Se conocieron cuando ambos ingresaron a la universidad de Bogotá. Lo de él fue un amor antes de la primera vista, porque en aquel encuentro memorable, supuso que en ella estaba representada la mujer que amó desde que la imaginó.
En ella ocurría todo lo contrario. Aquel joven, parlanchín en exceso, lejos de interesarle, en cierto modo le hastiaba, porque suponía que no hacía silencio ni cuando dormía. Si la conversación fuera amena, su actitud quizás hubiese sido diferente. Pero hasta con cierto retraso le parecía porque no era normal que recurriera a tantos temas baladíes.
Pese a estudiar en facultades diferentes, él se la ingeniaba para verla varias veces al día, por encima de sus vanos esfuerzos por eludirlo.
Recurría a las formas más estrambóticas que puedan imaginarse para manifestarle sus sentimientos y no se rendía ni ante la absoluta frialdad de sus reacciones. No se sabe cuál era más persistente, si él jurando que la amaba, o ella reiterándole su desprecio.
Su frustración alcanzó tal magnitud, que encontró la manera de irse de Colombia para intentar que la distancia fuera capaz de diluirle una obsesión que crecía en la misma proporción del rechazo que recibía.
En España, con más despecho que ganas, entabló relación con una mujer a quien vivía comparando con la paisa de sus sueños, con resultado obviamente desfavorable para la europea. Quizás más buscado por la esposa que por él, tuvieron dos hijos. Antes de su preadolescencia, la mamá no soportó más la infantilidad de aquel romántico empedernido.
Como cualquier aferrado a un imposible, colocó su proa en dirección suramericana y desde que pisaba su tierra no hacía otra cosa que intentar ubicar al objeto de su fijación.
Oh coincidencia, al encontrarla, supo que también a ella le había ido mal con su pareja, y vivía sola con el hijo que procrearon.
Dio por un hecho que era la oportunidad soñada para convencerla de que el destino se empeñaba en unirlos. Era tal su alegría, que por un tiempo estuvo viajando a Bogotá todos los fines de semana.
La invitó a Santo Domingo donde unos amigos a quienes llamó la atención la diferencia en los estados de euforia de ambos. Ella, como convidada de piedra. Unos meses después supo que estaba embarazada.
Se casaron en intimidad y se instalaron en la casa de él de Madrid.
Allí, “con los míos, el tuyo y la nuestra”, la convivencia se hizo imposible.
Era la crónica de un fracaso previsible. Ahora, ante sus incumplimientos, ella lo penaliza con impedirle hasta hablar por teléfono con su hija.
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