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El Lector modelo, la ensayística de José Alcántara Almánzar

revistalaprensa55

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN

Tomado de Areito.

La relación entre la escritura y la lectura es tan parecida como lo son la del pensamiento y el lenguaje. Esa interdependencia va de un lado a otro. Se es buen escritor si se es un gran lector. Y se dominará el lenguaje en la medida en que se desarrolla el pensamiento. El leer es la base de la escritura porque el lenguaje es una creación social y en la medida en que leemos adquirimos su conocimiento y dominio.

La lectura nos permite pensar con los otros. Y en el pensar y pensarnos está la verdadera finalidad de la escritura. Pienso en esto cuando leo los ensayos de José Alcántara Almánzar y recuerdo su columna sobre libros en la revista ¡Ahora! Un sociólogo escribe sobre literatura. Entonces la Sociología tenía mucha demanda, por no decir, mucho prestigio académico. Y hacía dos décadas se había hecho un espacio en los estudios literarios con Lucien Goldmann, discípulo de Lukács, en una coyuntura de nuevos movimientos sociales que avanzaban el perfil de la sociedad urbanizada que conocemos ahora.

La crítica, la recepción o el comentario de libros que aparecen en una sociedad son actos comunicativos necesarios. Recordando a Barthes diré que es una especie de “policía del sentido”, (como si dijéramos una limpieza o cura del sentido), contra el dominio repetitivo de la “doxa”, los discursos y las falsas ideologías, los lugares comunes… Es decir, todo aquello que llena de ruidos el espacio público menoscabado, producto de la falta de juicio, razón, discernimiento, valoración y justiprecio.

A la sociología de la literatura, como a la sociología del arte, le toca, además de la relación del texto con las estructuras sociales y las condiciones de la lectura, analizar el libro en la sociedad; su funcionamiento, su valor, su distribución, su influencia. Y lo que es más importante: su rol de motor de la difusión de nuevas ideas. Hoy nos hacemos muchas preguntas que atañen a la relación del libro y la lectura en la sociedad que vivimos y poco podemos saber a ciencias ciertas porque los datos no aparecen o pocos se dedican a analizarlos.

El libro que tengo en mis manos “La aventura interior” (tercera edición, 2024), de José Alcántara Almánzar, muestra a un lector modelo. Un crítico que busca desde su perspectiva –no podría ser de otra manera– validar las obras de autores nacionales y extranjeros. Labor que inicia en ¡Ahora! y culmina en Isla Abierta. En ella nos entrega un corpus fundamental para entender la importancia de ese medio cultural que dirigió Manuel Rueda. Y que testimonia el pago de los dominicanos a la buena literatura; su interés en los autores más importantes de las bellas letras de aquí y de otros países.

Este libro, que fue distinguido con el premio Arturo J. Pellerano sobre crítica, es testimonio de una época de nuestra cultura y del periodismo que se hacía hace varias décadas en nuestro país; pero también es una representación de la pasión crítica de ciertas individualidades que, como Alcántara Almánzar, vienen discurriendo sobre arte y literatura, con un proyecto personal muchas veces incomprendido. Esa indiferencia viene de la ceguera con que se toman las publicaciones críticas en una sociedad gobernada por una tecnocracia, que sigue los dominios de los tiempos que han creído que la tecnología y la ciencia son las bases del saber, y donde se olvidan la filosofía y todo lo que sean las humanidades.

Para los que calzan las ideas dominantes de nuestro tiempo como alpargatas de dioses, la existencia de la crítica es de costumbre el interés de un escritor mediocre o que no puede triunfar en la escritura y se dedica a importunar con sus ideas pasadas de época. En la sociedad del espectáculo, la crítica y el juicio no son bien estimados. Pero la aventura de un sujeto en lo social es lo que básicamente conforma la sociedad de opinión, la sociedad de pensamiento en países de metas y propósitos claros.

Un buen escritor es un buen lector. Y eso es lo que veo en este libro. Un lector incansable que busca en distintas fuentes. Un crítico que aprecia la literatura y le agrega más valor. Un señalador de rutas por donde se debe llegar a la verdadera literatura, al pensamiento y al conocimiento. Un lúcido cartógrafo del saber, del entusiasmo y del disfrute. Decía Umberto Eco (“Lector in fabula. La cooperación interpretativa en el texto narrativo”, 1979) que el lector modelo debe tener dos cosas: un diccionario y una enciclopedia.

El primero nos adentra en el mundo del lenguaje. Ese tesoro que nos depara sorpresas, amonedadas metáforas de la realidad; despertará nuestro conocimiento, conectará nuestros saberes en saltos neurológicos; nos llevará de las caracolas del Pacífico de Neruda a las amargas quejas de Ovidio, con sus lágrimas en el Mar Negro. O una singladura por el Yangtze y a abrevar en las fuentes encantadas de Hispania sin importar el cambio de tiempo y espacio… y tantas otras maravillas como las que atesoró en su escribir Cervantes y resumió Jorge Luis Borges, el argentino universal. Diccionario, invento de Azorín. La enciclopedia, por su parte, que sale de las manos de liberales como Rousseau, Jean le Rond D’Alembert, Voltaire y tantos otros como el autor de “Elogio de la locura”, Erasmo de Róterdam, metaforiza el conocimiento del mundo. Y este es imprescindible para la obra de un escritor y de un crítico literario.

Huelga decir que en este libro de José Alcántara se presentan esos dos elementos fundamentales para el lector modelo de Eco, el diccionario que nos da la palabra precisa. El interés en comunicar ideas para que el otro las entienda, que es la base de las publicaciones periódicas; el denodado entusiasmo por lo bueno, por lo superior, lo excelso, como ha insistido León David. También el interés de Montaigne en que al ensayar se acerque el autor al lector; el designio sobre la idea por encima de las confusiones teóricas; todo eso dicho socialmente para leer, escribir y entendernos: motivar, auscultar, hallar y difundir las nuevas ideas.

El lector de hoy es distinto al lector de ayer. Al reconfigurar con la ayuda de su enciclopedia la obra, el lector actual tiene muy en cuenta la forma en que el libro coopera con su manera de ver el mundo. Toda la verdad no está en el libro. El lector tiene una parte de ese juego en el que se presenta el sentido. Y es justamente eso lo que nos da esta obra: la posibilidad de cooperación a la vez muestra nuestras colindancias y fronteras con saberes cercanos o lejanos, que tenemos que ayudar a completar con otras lecturas. De ahí que el libro se convierte en registro de lo que hemos leído y queda como tarea de lo que es preciso leer.

Elementos notables en la obra ensayística de José Alcántara Almánzar que, como ocurre en “La aventura interior”, presenta, juzga, valora y abre nuevas rutas a otras lecturas. No es de extrañar que, con su baremo necesario, la balanza, que pesa y aprecia, y el cálamo que preciso corre por las sendas de nuestras letras, quedan como huellas y como ruta para que otros dialoguen, se espejeen y surquen los privilegios de otras lecturas. Ejercicio de vida y prueba de pasiones que es la lectura interior donde el corazón se impone a la vida revuelta que marcan los años del tiempo presente.

 

 

 
 
 

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