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El asalto al hotel El Embajador

Por: Orlando Inoa


Jorge Yeara Nasser durante la revolución de abril

El periodista Rafael Bonilla Aybar (Bonillita) era la persona más odiada en el país en las primeras 48 horas de la Revolución de Abril de 1965. Apenas iniciada la revuelta se llenó de miedo por lo que pudiera desatar la ira popular y abandonó su casa en la calle Arístides Fiallo Cabral, en la Ciudad Universitaria, refugiándose en la embajada de Guatemala, de la que salió minutos antes de que una turba la asaltara pidiendo su cabeza. Al no encontrar sitio seguro recorrió sin rumbo fijo las calles de Santo Domingo, siempre seguido de una multitud que quería lincharlo azuzada por locutores rebeldes que desde la emisora constitucionalista iban dando sus coordenadas.

En su desesperación intentó salir del país desde el hotel El Embajador cuando tuvo noticias de que la embajada de Estados Unidos mandó a concentrar a los suyos en ese hotel para proceder a evacuarlos. Su presencia en el hotel fue reportada por la CIA que, de manera sigilosa, y con otros fines, se había sumado a los que le perseguían.

Al hotel llegó Bonillita alrededor de las siete de la mañana del martes 27 de abril portando gafas, a pesar de que apenas había salido el sol, y usando un gran sombrero que le tapaba el rostro, escoltado por ocho hombres que portaban rifles, cuchillos y ametralladoras. El temor que lo arropaba no era infundado, pues la misma Revolución se había iniciado con el acto simbólico de quemar las instalaciones de su periódico Prensa Libre, lo que fácilmente se hubiese trocado por quemarlo vivo si lo hubiesen encontrado.

A pesar de su disfraz, Bonillita fue reconocido y la noticia rápidamente llegó a los exaltados «locutores revolucionarios» de la antigua Voz Dominicana, encargados de localizarlo. Estos clamaron a viva voz a sus verdugos para que se dirigieran al hotel y ajustaran cuentas con Bonillita. Apenas pasaron unos minutos cuando allí se presentó una turba de aproximadamente 50 hombres, la mayoría de ellos muy jóvenes, armados de ametralladores Thompson y fusiles, que a voz en cuello exigían que apareciera Bonillita.

El Ángel de la Guarda que desde el día anterior lo protegía había hecho que este abandonase el hotel minutos antes de que llegara tan imprevista visita, lo que hizo que estos se enfurecieran. Las consecuencias de este fiasco las pagaron los cientos de ciudadanos norteamericanos concentrados en el hotel que fueron atestados a la pared «al estilo paredón» y algunas ráfagas de ametralladoras pasaron cerca de sus cabezas. Milagrosamente nadie fue herido, pero las consecuencias de ese hecho no se dejaron esperar.

Los estadounidenses toman nota

La noticia de lo sucedido en el hotel El Embajador no tardó en llegar la embajada de los Estados Unidos en el país, desde donde informaron de inmediato al presidente Lyndon B. Johnson.

El embajador William TapleyBennet, quien había llegado al país ese martes poco después de mediodía, estuvo al tanto de lo acontecido, pues se lo encaró al presidente Rafael Molina Ureña y su comitiva apenas entraron al recinto de la embajada cuando fueron esa tarde a parlamentar un cese al fuego.

El presidente Johnson se alarmó al extremo con la noticia y así lo cuenta con minuciosos detalles en sus Memorias.

Además de lo que sabemos hasta aquí, Johnson agregó la información de que “los oficiales de la embajada norteamericana presentes allí rechazaron su pedido y de inmediato decidió abandonar el lugar”. “Lo peor de todo”, sigue diciendo Johnson en su narración, “era que estábamos lidiando no con miembros de un ejército sino con una turba gatillo-alegre con poca experiencia y ninguna disciplina. Fue un milagro que nadie muriera en ese incidente». Es increíble la precisión de los detalles de ese evento que llegó a conocimientos del presidente de los Estados Unidos.

Hablan testigos del hecho

En ruta hacia el hotel, la turba se detuvo en la avenida Sarasota, a poca distancia de su objetivo, en la casa de Antonio Imbert Barrera, en ese momento en franco coqueteo con la revuelta, pues según este, antes de perpetrar el atentado, los rebeldes fueron a consultarlo: «Cuando fueron a atacar el hotel El Embajador, detrás de Bonillita –se refiere al comunicador Rafael Bonilla Aybar, ultraderechista en esa época–, todos esos muchachos entraron en mi casa armados, y yo les dije a ellos: tengan cuidado que ahí hay muchísimos extranjeros, eso es un hotel» (Claudia Fernández, «Imbert Barrera revela su actuación en la Revolución de Abril»).

Lee E. Echols, asesor de seguridad pública del USAID de la embajada americana, estaba camino al hotel El Embajador al momento de producirse el incidente de Bonillita.

Su relación está contenida en el documento confidencial de Benjamin J. Ruyle titulado Chronology of the Crisis: 52-53:

«Cuando me dirigía hacia el hotel oímos un airado anuncio en la radio del carro diciendo que Bonilla Aybar, cuya estación de radio [en realidad periódico Prensa Libre] fue destruida por los rebeldes, se había refugiado en el hotel El Embajador y que un grupo de personas, con armas recién adquiridas, estaban camino al hotel para matarlo./ Nosotros vimos varios cientos de hombres armados que marchaban hacia el hotel en varios tipos de vehículos, que iban desde motocicletas de tres ruedas, motonetas hasta automóviles e incluso camiones./ Cogí la calle que llevaba directamente al hotel pero a este momento pude ver que la situación bordeaba el caos, con hombres armados por dondequiera, gritando y blandiendo sus armas. Traté de devolverme, pero me quedé atascado en medio del camino cuando un hombre vestido de civil me puso en la cabeza un fusil Browning automático y me ordenó salir del carro.

Una vez afuera tuve que abrirle el baúl. Mientras obedecía su orden una ametralladora automática calibre 30 empezó a disparar desde el tercer o cuarto piso del hotel, cuyos tiros picaron cerca de mi carro./ Yo halé hacia afuera a mi esposa tirándola al piso en la parte trasera del carro. Puse a mi hija acostada detrás del asiento mío y yo me coloqué protegido de la goma del lado del chofer. El hombre de la Browning automática se pertrechó detrás del baúl de mi carro y empezó a disparar hacia las ventanas del hotel.

Esto hizo que contestaran el fuego y algunas de las balas zumbaron sobre mi carro./ En un momento yo pude hablarle al hombre de la Browning y le pedí que se fuera en mi carro, lo que aceptó. Yo pude entrar al carro, así como mi esposa y salimos todos./ Volví como a la media hora para encontrar a la turba completamente a cargo de la situación y negándole a los norteamericanos el derecho de abandonar el hotel hasta que ellos los autorizaran».

Para la prensa norteamericana este incidente no pasó desapercibido. Uno de los ciudadanos americanos presentes en el hotel contó al The New York Times que los rebeldes gozaban con verlos aterrorizados.

Consecuencias del asalto

Este incidente no afectó el proceso de evacuación de norteamericanos y extranjeros que se inició inmediatamente después del altercado ocurrido en el hotel El Embajador. Tal como se había acordado el día antes los constitucionalistas y los leales cooperaron (o al menos no entorpecieron) el proceso de evacuación, que se realizó sin contratiempos. A pesar de esto, este acontecimiento, según un especialista del tema, está considerado como el de mayor peligro hasta ese momento que hayan enfrentado los ciudadanos norteamericanos residentes en el país. Dice Bennett Woods (LBJ. Architect of American Ambition: 624) que este incidente hizo que la embajada norteamericana tomara la decisión de evacuar inmediatamente a todos sus ciudadanos.

Tanto el secretario de Estado de los Estados Unidos, DeanRusk, como el subsecretario Thomas C. Mann, aprovecharon este incidente para fortalecer sus posiciones militaristas frente al presidente Johnson, quien en menos de 12 horas ordenó la invasión militar. Así lo recuerda Mann: «Debido a que nuestra ordenada evacuación realizada sin la presencia militar, excepto las que estaba en los barcos en alta mar, fue interrumpida por esto [el incidente del hotel El Embajador], se decidió desembarcar unos 450 soldados para garantizar el pequeño campo de polo para utilizarlo como helipuerto. Nosotros no pudimos llegar al puerto principal, como tampoco pudimos llegar a Haina [no es cierto, pues esa noche unos 500 marines desembarcaron en Haina: ForeignRelations of the United States: 89 y 247]. De esa manera la única forma de sacarlos era transportarlos en helicóptero hasta los barcos». Para David Atlee Phillips, el encargado de la estación de la CIA en Santo Domingo, este hecho fue el detonante para que el presidente Johnson enviara a los primeros marines. Dean Rusk, en una entrevista en el año 1970, dice que esto fue la causa para el desembarco de los marines en Santo Domingo.

¿Por qué este hecho es poco conocido?

Para suerte de los que actuaron en la asonada del hotel El Embajador, allí no se encontraba ningún periodista, ni local ni extranjero, por lo que su difusión fue muy escasa.

A esto hay que sumarle que todos los periódicos dominicanos dejaron de circular a partir de día siguiente. Llama la atención que este incidente pasara desapercibido a importantes líderes de la izquierda dominicana. Ese fue el caso de José Israel Cuello, dirigente del PSP, quien en una entrevista que le hizo Bernardo Vega (AGN, Colección Bernardo Vega, núm. 158-001) dijo que no se enteró de ese caso. Según la fuente anterior, tampoco se enteraron de ese hecho Milvio Pérez, Buenaventura Johnson Pimentel, Antonio Isa Conde y Diómedes Mercedes. El incidente del hotel El Embajador pronto dejó de ser un real peligro para los norteamericanos y se convirtió en el chivo expiatorio predilecto para desacreditar la incipiente Revolución. A principio de mayo Mann y Rusk usaron el pretexto del incidente de El Embajador para presentar un cuadro bastante espeluznante agregando que la posibilidad de que los comunistas se alzaran con el control de la revuelta era muy alta.

Un misterio develado

Por más de medio siglo este hecho no se había esclarecido ni nadie se había atribuido la ejecución de tan grave asunto, al extremo que las 24 personas entrevistadas por el historiador Bernardo Vega para esclarecer lo ocurrido durante la Revolución de Abril «ninguna pudo identificar a qué grupo pertenecieron las personas que fueron a ese hotel y tampoco pudieron citar el nombre de una persona que hubiese estado allí… otros simplemente no sabían y algunos ni se habían enterado» (El peligro comunista en la revolución de abril: 306). En una entrevista que Rafael Gamundi Cordero dio a Ángela Peña («Rafa y otros trataron de secuestrar a Bonillita, pero no pudieron»: 5) da a entender que él estuvo en ese hecho: «Una de las acciones más sonadas en las que participó Gamundi tras el derrocamiento de Reid Cabral fue el intento de secuestro a Rafael Bonilla Aybar, quien había mantenido por radio y televisión una activa campaña conspirativa contra Bosch./ ‘Cuando salimos a atraparlo, se metió en el hotel Hispaniola. Pablo de la Mota, Minguito, otros del Comando La Vega y yo, lo perseguimos hasta la Comandancia del Puerto. Comenzamos el tiroteo. Me alcanzó una bala, rozándome la parte interior del tobillo, pero leve. Me llevaron al hospital Padre Billini y me curaron. La bala pudo haberme matado. Bonillita se escapó’”. Nótese que refiere al hotel Hispaniola, cuando en realidad el hecho ocurrió en el hotel El Embajador y, segundo, que Bonillita no se encontraba dentro del hotel cuando llegó la turba, como sugiere esa narración.

Para saber quién fue el responsable de esa acción se tuvo que esperar al año 2010 cuando Jorge Yeara Nasser le confesó a José Jáquez que él había sido la persona que comandó al grupo de dominicanos que asaltaron el hotel El Embajador (Orlando Inoa, entrevista a José Jáquez. Santo Domingo, 5 de marzo de 2020). La responsabilidad de Yeara Nasser en este hecho se puede confirmar en las Memorias (fragmentos de ella) del teniente coronel Vinicio Fernández Pérez, quien fue el militar comisionado por el presidente Molina Ureña para que fuera al hotel El Embajador y restableciera el orden a raíz de una queja presentada por la embajada norteamericana de que un comando armado había puesto en peligro la vida de una gran cantidad de norteamericanos. Estas Memorias se publicaron en el 2019. El autor escribió: «El presidente Molina Ureña me dio instrucciones al respecto, y rápidamente partí hacia el hotel El Embajador acompañado de un pequeño grupo de militares. Al llegar allí rodeé al hotel y pude comprobar que a quienes se refería la gente de la embajada americana era al Dr. Jorge YearaNasser, quien junto a un grupo que le acompañaba buscaban entre los que se encontraban en El Embajador a un grupo de políticos dominicanos que suponían estaban allí. A todos les hice salir del área. Después me fue mostrado por el administrador del hotel a Fernando Muñiz, escondido dentro de un closet de la administración» (Fernández Domínguez, 4 días de abril: 316-317). Lo extraño del caso es que YearaNasser pasa por alto este incidente en sus Memorias.

Molina Ureña, en sus Memorias, se refiere a este hecho cuando dice que ese día, a instancia de la embajada norteamericana, envió al hotel El Embajador a Polín Espaillat Nanita y al coronel Fernández Pérez, pero que cuando estos llegaron todo había pasado. Molina Ureña sigue contando que «más tarde envié al hotel El Embajador al Dr. Julio de Peña Valdez, valiente abogado, quien se había puesto a las órdenes del Movimiento desde el mismo día en que estalló y que, durante toda mi permanencia en el Palacio, estuvo a mi lado comportándose con serena lealtad. Al regresar del hotel El Embajador me informó que lo sucedido allí no tenía el alcance que se le quería dar y que se circunscribió a que Rafael Bonilla Aybar (Bonillita) había sido detectado cuando salía de la embajada de Guatemala, donde se había asilado ese día en la mañana huyendo de una turba enfurecida, para acogerse al llamado de la embajada de los Estados Unidos, dando ocasión a que algunos hombres armados lo persiguieran hasta el vestíbulo del hotel para exigir su entrega».

A pesar de su importancia, algunos escritores dominicanos que han narrado la Revolución de Abril no refieren este hecho. Así vemos cómo lo pasan por alto dos recientes cronologías sobre la Revolución (Lipe Collado, 1965-2015 y Sepúlveda, Cronología de la Revolución).

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