En la medida en que subían los niveles de alertas por parte de los organismos de socorro ante el paso del poderoso huracán Beryl por el mar Caribe, ayer, crecía el afán, desconsuelo y la preocupación de quienes viven en zonas vulnerables y en extrema pobreza en la ribera del río Ozama.
Ya es costumbre para ellos perder sus pocos ajuares, ver cómo el agua les aprisiona y tener que dejar “a la buena de Dios” su destino frente a cualquier aguacero. Más aún si se trata de un ciclón que oscila entre las categorías 4 y 5.
Lo narra Andrés Ruiz, vice presidente de la Junta de Vecinos de la Ribera del Ozama, zona La Javilla, mientras se prepara para lo peor en su desvencijada morada.
“El sistema es amarrar los trastes en el caballete, y relleno con escombros la parte de atrás para tratar de que no llegue el agua”, dijo Ruiz, quien tiene parte del río en su patio.
Desde su casucha de tablas, hojalata y zinc oxidado, Úrsula Leyba relata con visible tristeza que cuando se inunda, “el agua le llega al pecho”. Por el agua, están dañados los colchones donde duerme junto a sus dos hijos (una de ellas en condición especial) y dos nietos. La cama está montada sobre blocks.
Como madre soltera de sólida fe cristiana, doña Ursula sobrevive con su empleo en el Ayuntamiento de Santo Domingo Este y agradece que sus superiores le permiten acudir a amarrar sus pocos ajuares frente a los efectos indirectos de Beryl y la subida del nivel de agua del Ozama.
Su vecina Fermina Belén Mariano vive varios metros más cerca del torrente, también “se agarra de Dios”. “Cada vez que llueve, aquí el agua se mete y nos tapa las casas. Yo, los tiesticos los engancho como puedo y los dejo ahí para que sea lo que Dios quiera”, expresa Belén Mariano.
Promesa incumplida
En la medida que se camina por los callejones donde flotan las heces fecales, orina, lodo, aguas residuales y basura, las historias de los residentes son horripilantes, tristes y se acentúan cuando todos recuerdan que desde el primer gobierno de Leonel Fernández hasta la fecha han prometido desalojarles, pero nunca ha sucedido.
“Yo espero que algún día la misericordia de Dios toque al presidente Luis Abinader y trate de extendernos una mano”, vociferó doña Francisca López.
La queja
Lamentan que cuando las autoridades pasan por sus casas es para obligarles a salir, pero no entienden que cuando se van, pierden sus pocos trastos y nadie les ayuda. “Cuando se les cae la casa, ellos ayudan, pero últimamente lo hacen a nivel político. Si usted no es de su corriente, no le resuelven”, criticó Andrés Ruiz.
Dio Astacio muy activo
Ayer las brigadas del alcalde de Santo Domingo Este, Dio Astacio, se vieron en la calle realizando labores preventivas de limpieza en cañadas e imbornales, mientras estaban en sesión permanente ante situaciones de urgencia extrema.
En Sto. Dgo Norte
Siguiendo el río Ozama por la zona de Los Coordinadores en Sabana Perdida, Santo Domingo Norte, Ramón Arias, adulto mayor con discapacidad, vive en una casita que sucumbe ante el agua. “Tengo mucha preocupación porque no tengo donde meterme y los trastes a veces tengo que dejarlos en la calle bajo una lona; no nos llega ninguna ayuda”, comenta. Con él, sus vecinos Luis Fernando, Francisco Álvarez, esposa y cuatro hijos, relatan que cuando el agua comienza a subir deben llevar los niños a un lugar seguro y salvar lo que se pueda de sus electrodomésticos.
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